A cualquier admirador de la lengua y la cultura en español en Grecia, la noticia del traslado del Instituto Cervantes a su antiguo edificio de la calle Scufá no puede dejarle indiferente. Después de siete años en la calle Mitropóleos, en el corazón de Atenas, muy cerca de la plaza Sintagma, en un edificio ultramoderno, un hitoarquitectónico que se había convertido en punto de referencia de los lazos culturales entre Grecia y España, este organismo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación de España —equivalente al British Council, el Goethe Institute o el Institut Français— recoge velas y regresa a un edificio al cual las obras de restauración han devuelto «todo el esplendor del estilo neoclásico ateniense», como dice la nota de prensa que fue enviada recientemente a todos los alumnos y colaboradores del Instituto.
Como que las medias verdades son a menudo peores que las mentiras, quienes firman este artículo, directores del Instituto Cervantes de Atenas desde el 2004 al 2012, se sienten en la obligación de exponer los verdaderos motivos de ese traslado y sus previsibles (y muy negativas) consecuencias para la difusión de la lengua y la cultura españolas en Grecia durante los próximos años. Para empezar, debemos completar las informaciones que conscientemente silencia la citada nota: nada nos dice de las aulas, que de catorce en el edificio de la calle Mitropóleos —conociendo las posibilidades del edificio de la calle Scufá— quedarán reducidas, como mínimo, a la mitad (y esto sin olvidar que se trata de habitaciones y salones de una casa señorial, poco funcionales como espacios para la docencia), ni de la sala de actos ni la sala de exposiciones, que simplemente desaparecen. Nada diferenciará el Instituto, por tanto, de una academia de idiomas cualquiera. Además, la biblioteca —la mayor de tema hispánico de toda Grecia— quedará también muy mermada en el sótano en el que será ubicada. Evidentemente, quien siga los pasos del Instituto Cervantes en Grecia durante los últimos cuatro años entenderá perfectamente los motivos de este cambio: los alumnos regulares, así como aquellos que, en diferentes ciudades de toda Grecia, se examinan para obtener el título oficial de español (el DELE), han quedado reducidos a más de la mitad, mientras que, en lo que respecta a las exposiciones, Dalí y Miró han cedido su lugar a pintoras de las que difícilmente se encontrará alguna referencia en la red. Pero ¿cómo se explica esta caída en las actividades del Instituto, en todos sus campos y niveles, que a muchos griegos da incluso la impresión de que esta institución ha recogido sus bártulos y se ha ido definitivamente de Grecia?
En primer lugar, el Instituto Cervantes —el presupuesto del cual quedó reducido drásticamente con la llegada al poder de Mariano Rajoy— ha dejado de ser un organismo cultural (como lo había sido siempre, independientemente de modas y de gobiernos) para convertirse en una institución política (es decir, de partido), al servicio de la España más negra y reaccionaria. Como más se hunde nuestro país en los escándalos (económicos y políticos, sobre todo) más asfixiante es el control que se ejerce sobre sus representantes en el exterior. El Instituto ha perdido completamente su autonomía intelectual y se ha convertido en un instrumento en manos de embajadores y de cónsules, a los cuales las autoridades políticas no dejan el menor margen de maniobra. Es una vergüenza para todos nosotros el hecho de que, en distintas sedes del instituto Cervantes desperdigadas por el mundo, hayan tenido lugar escandalosos episodios de censura que nos retrotraen a épocas pasadas de infausto recuerdo. Así, en el Instituto Cervantes de Utrech, se prohibió en el último momento, cuando ya estaba programada, la presentación de la novela Victus, del escritor catalán Albert Sánchez Piñol, por el simple hecho de que narraba desde una perspectiva diferente (es decir, catalana) un acontecimiento histórico (el del asedio de Barcelona a principios del siglo xviiien la llamada guerra de sucesión que llevó a la Casa de los Borbones al trono de España), mientras que en la sede del Instituto en Bruselas era recibido, con todos los honores, el dictador Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial, quien habló (según la versión oficial del Instituto) de la situación del español en África. E incluso, en casos excepcionales, los servicios centrales del Instituto en Madrid no dudaron en perseguir judicialmente a directores que no seguían la línea marcada desde las altas instancias, acusándolos de delitos que no habían cometido. Algo sabe a este respecto el actual director del Instituto Cervantes de Atenas.
Y, naturalmente, el perfil de director también ha cambiado. Parece que ya no son necesarios directores que conozcan bien la lengua y la cultura de los países en los que prestan sus servicios (helenistas, en el caso de Grecia), sino amiguetes y fieles servidores del partido en el gobierno, que ejecuten, sin rechistar, las órdenes recibidas. Nuevamente el caso del Instituto Cervantes de Atenas es ilustrativo en este sentido, con unas consecuencias, en el plano cultural, realmente catastróficas: en sus iniciativas no tienen ya lugar los diálogos interculturales que en el pasado constituían el eje central de nuestra política cultural, como los congresos de investigadores hispanos y griegos sobre nuestras respectivas guerras civiles en el siglo pasado, las mesas redondas de científicos y de traductores de los dos países, conciertos con poemas musicados de poetas griegos (como Cavafis) en alguna de las lenguas oficiales del Reino de España, conferencias realizadas por investigadores griegos sobre la dominación catalano-aragonesa en Grecia en el siglo xiv o exposiciones sobre Ampurias, la única colonia griega antigua conservada en España. Han tomado su lugar las expresiones más frívolas, superficiales y folclóricas de la cultura en español. ¿Qué queremos dar a entender con esta afirmación? Que, a pesar de los recortes económicos, un buen director que conociera —o tuviera la buena disposición de conocer— el país al que ha sido enviado, podría mantener al menos el nivel y el buen nombre del Instituto. Sí, las cosas podrían ser de otra manera.
Tras el resultado de las elecciones generales del 26 de junio, no parece fácil que se produzcan cambios que ayuden a superar, al menos en parte, la deprimente situación del Instituto Cervantes en Atenas. De momento parece que se verifica la famosa frase de Marx, según la cual la historia siempre se repite, primero como tragedia y después como farsa; el Instituto Cervantes en Atenas puede permanecer aún hundido en el lodo de la farsa.
Pedro Bádenas y Eusebi Ayensa
Helenistas y ex-directores del Instituto Cervantes de Atenas (2004-2012)