Aprovecho la oportunidad que me ofrece "Momento ELE" para reflexionar sobre algunos momentos de mi experiencia docente en Grecia a lo largo de estos años, pues pienso que comentarlos podría quizá resultar útil a compañeros en este difícil, pero maravilloso, viaje a la enseñanza de la lengua.

Cuando empecé a trabajar como profesora de español, hace ya más de 10 años, en el Centro de Idiomas de la Universidad de Atenas, en el primerísimo grupo de principiantes que me tocó dar clase, había un alumno a quien se le notaba, desde el principio, que era una persona brillante y de muchos talentos. Salvador ?que así se llamaba-, era muy sociable y con gran sentido de humor.

Pronto se convirtió en uno de los estudiantes ?estrella? de la clase, pero también en mi... " pesadilla", a raíz de algo que constituía un problema para la realidad académica griega de entonces: los estudiantes se llevarían una gran sorpresa si llegasen a saber que teníamos prácticamente la misma edad, y por si acaso, yo hacía todo lo posible para aparentar mayor. Pero no era suficiente: para Salvador yo era ?demasiado joven? para estar dando clase en la Universidad. Me estaba poniendo de los nervios, pues, yo me estaba dejando el alma para preparar y dar la clase pero él ?según pensaba yo- no dejaba de ponerme a prueba continuamente: que ?¿cómo se dice esto en español??, ?¿pues yo he leído que...?, ?y eso no significa también...??. Parecía poner en duda mi capacidad docente y, por otra parte, sus constantes preguntas, a veces, rompían el ritmo de la clase. Por mi falta de experiencia, no conseguía comprender que se comportaba así no por maldad ni desconfianza sino porque, siendo una persona con muchas inquietudes, disfrutaba compitiendo con sus profesores. Se me ocurrió consultar el problema con una compañera con gran experiencia que me aconsejó que no le diera importancia ni me agobiara, que siguiera comportándome con él como con todos, sin caer en la trampa de ?tener que demostrarle quién sabía más?: si considerara que alguna pregunta no tenía mucho que ver con lo que estábamos dando, que la comentara en el descanso. Y tenía razón, pues a nivel personal dejé de agobiarme, el ritmo de la clase mejoró y hoy en día, Salvador es uno de mis mejores amigos.

Recuerdo aquellos primeros alumnos míos con mucho cariño, igual que me acuerdo de lo nerviosa que me sentía el día que los conocí? Eso sí, creo que no se dieron cuenta, pues intenté seguir el consejo de otra compañera: ?No te digo que entrar en clase la primera vez va a ser fácil. Pero, acuérdate que, incluso si estás temblando, lo importante es que los estudiantes no se den cuenta?. Aprendí muchísimo de ellos, entre otras cosas, que el bombardeo de preguntas es bueno ?pues, gracias a ellas estudiantes y profesores seguimos aprendiendo- aunque hay que saber controlar hasta qué punto no rompen el ritmo de la clase. Por otra parte, no hay que perder de vista que los profesores ?sobre todo los que enseñamos un idioma que no es nuestra lengua materna- no somos diccionarios andantes. No tenemos por qué saber todas las palabras que existen en español, igual que no lo sabemos todo de nuestra lengua materna. Lo que sí les debemos, en caso de que no supiéramos aclarar una duda en algún momento, es tomar nota y en la próxima clase contestar a la pregunta formulada. Estoy convencida de que si disfrutamos de nuestro trabajo y demostramos en ello cariño, dedicación y entusiasmo, eso es lo que los alumnos realmente sabrán apreciar.

Unos años más tarde, me tocó dar clase a un grupo de estudiantes del nivel B1, que desde el primer día me parecieron estupendos. Y lo eran. Llegaron a compenetrarse tan bien que progresaban de forma realmente extraordinaria. Ya iban a clase no solo para aprender español sino también para ver a sus amigos y ocuparse de algo que había llegado a apasionarles: la lengua y la cultura hispana. Como cabía esperar, a mitad del curso empezaron a presionarme para organizar un viaje a España. Daba la casualidad que tenía amigos en España que estaban interesados en promover algún proyecto de intercambio cultural con gente extranjera, así que les propuse a mis estudiantes estudiar aquella posibilidad, a condición de que se implicaran todos en la organización del viaje. Les pareció una idea estupenda así que, una vez resueltos algunos asuntos prácticos del intercambio, les asigné a mis estudiantes tareas para conocer mejor las ciudades que íbamos a visitar, buscar material práctico sobre el viaje (mapas, itinerarios, visitas de interés, etc.), preparar presentaciones en español (para darlas una vez ahí) relacionadas con Grecia, sus costumbres, gastronomía, etc. Aquella visita a Castilla fue uno de mis mejores viajes a España. Los estudiantes se lo pasaron de maravilla, tanto en Grecia preparando el viaje, como en España, donde supieron aprovechar su estancia al máximo, pues a la vuelta hablaban ya con una soltura impresionante. Al final del intercambio algunos estudiantes ya habían decidido que volverían a España para sus estudios de postgrado una vez licenciados, las amistades existentes se habían fortalecido, y nuevas ?con gente española- se habían forjado. Hasta tal punto que tres años más tarde celebramos una boda greco-hispana, de una relación nacida en Segovia? Moraleja: aumentar la motivación de los estudiantes puede hacer maravillas, así que, dedicar un poco más de nuestro tiempo y energía para hacer nuestras clases más interesantes y divertidas, influye directamente sobre su ritmo de aprendizaje. Eso sí, por muy bien que el profesor se lleve con sus alumnos y por muchas cosas que compartan fuera de clase, no hay que olvidar nunca cuál es el papel de cada uno, pues mantener el equilibrio de papeles es realmente importante en el proceso educativo.

Resumiendo, ser profesor no es nada fácil. Requiere mucho trabajo, paciencia y energía y una dedicación constante. No hay que perder nunca el sentido del humor y hay que seguir entrando en el aula con la misma ilusión y ganas con las que entrábamos cuando empezamos a dedicarnos a ese mundo maravilloso de la enseñanza. Yo siempre intento recordar a aquellos profesores a los que admiraba y con cuyas clases disfrutaba, pues reflexionar acerca de por qué me gustaban tanto sus clases me ayuda a mejorar. No tengáis miedo a experimentar y a tomaros el tiempo necesario para conocer a la gente que asiste a vuestras clases. Conocer su carácter e intereses os ayudará a diseñar actividades y proyectos interesantes, divertidos y motivadores; por otra parte, nunca se sabe a quién vais a conocer en clase: desde luego que yo no esperaba conocer a mi marido en una de ellas...

Eleni Leontaridi
Departamento de Filología Italiana, Universidad Aristóteles de Salónica (Grecia)
Departamento de Lengua y Cultura Españolas, Universidad a Distancia de Grecia
http://www.sm-ele.com