Al principio era Grecia. La civilización ateniense es referente irrenunciable de nuestra historia. De ella proceden nuestras categorías intelectuales, modos argumentativos y deductivos. Si utilizamos conceptos abstractos, hombre, animal o árbol, se debe a que nuestro esquema intelectual, antecedente de nuestra conversación dialógica, se ve traspasado por el pensar griego, inspirador de nuestro ser social.

Además, la lengua griega nos es propia. Con ella nos hablan Homero y Hesíodo; Herodoto y Plutarco. Pronunciar sus nombres es penetrar en el mito. Del 70% de voces latinas que tiene el español, algunas encuentran en el griego su origen remoto y otro 15% son griegas. Voces que designan casi todas las parcelas del saber: teología, filosofía, filología, biología, pedagogía, psiquiatría, astrología, física, geometría, química, matemáticas, etcétera. Con los cultismos helénicos nombramos la mayor parte de los términos científicos: telescopio, leucocito, hematíes, electrocardiograma, hepático, hidrógeno, microscopio, etcétera.

Tres siglos de la Grecia clásica transforman el mundo de entonces y condicionan la historia universal del saber. Sus cánones de belleza, conceptos morales, principios políticos y valores cívicos son los nuestros. Leyendo a Platón conocimos a su maestro Sócrates y nos legó a su discípulo Aristóteles y, con ellos, nos iniciamos en la curiosidad, premisa del conocimiento. La RAE, con las demás academias de la lengua española, prepara una nueva edición de la Ortografía . En el proyecto se propone que la y se denomine ye. Entiendo su propósito -unificarla entre España y los países iberoamericanos-, pero me parece que debería mantenerse la denominación de i griega, como símbolo y reconocimiento a su legado.

Fuente: www.lavozdegalicia.es